![]() En el terreno de la política, hay discursos que te invitan a sentirte orgulloso de lo que eres y otros que te impulsan a imaginar todo lo que podrías llegar a ser. No es casualidad. La política se construye con palabras, símbolos y emociones. Y hay dos caminos que los líderes suelen tomar para conectar con la ciudadanía: el conformismo y el idealismo. No como posturas filosóficas abstractas, sino como estrategias de comunicación política muy reales, muy palpables y, sobre todo, muy efectivas. El conformismo, en el lenguaje político, no se presenta como resignación, sino como orgullo. Orgullo por lo propio, por lo que ya se tiene, por lo que se es. Se reviste de autenticidad, de defensa del pueblo, de lo que nos hace únicos. En países como México, esto se ve claramente en el discurso de líderes como López Obrador o Claudia Sheinbaum. Su narrativa eleva la vida cotidiana, los valores tradicionales, la autosuficiencia básica. No se trata de prometer grandes transformaciones tecnológicas o futuristas, sino de garantizar lo esencial: lo que alcanza para vivir con dignidad. Y en ese marco, quien garantiza esa estabilidad, el líder, merece lealtad. El mensaje implícito: "no necesitas más, solo que no te falte lo básico..., y eso te lo damos nosotros". En el extremo opuesto, el idealismo político juega otra carta: la de la ambición colectiva. Es el discurso del gran cambio en todos los sentidos, del sueño grande, de la nación que aún no somos, pero podemos ser. Donald Trump, con su famoso "Make America Great Again", o Javier Milei, con su defensa radical del mérito individual y la libertad de mercado, representan este enfoque. Su mensaje busca movilizar desde la inconformidad: "no te resignes a esto, aspira a más". El líder, en este caso, no se presenta como protector, sino como el catalizador de un salto hacia adelante, a veces vertiginoso, a veces incierto, pero siempre prometedor. Ambas estrategias tienen sus virtudes y sus riesgos. El discurso del conformismo conecta con la necesidad humana de seguridad, pertenencia y dignidad inmediata. Pero también puede anclar al ciudadano en un presente limitado, inhibiendo el deseo de progreso. El idealismo, por otro lado, enciende la ambición y la esperanza, pero corre el riesgo de prometer demasiado y dejar a muchos atrás en el camino. Ambos modelos pueden caer en la manipulación si se llevan al extremo: el conformismo puede volverse paternalismo; el idealismo, elitismo.
Lo interesante es cómo estas dos formas de comunicar el poder han dejado de ser patrimonio exclusivo de una ideología u otra. Aunque es cierto que los líderes de izquierda suelen adoptar con más frecuencia el relato del conformismo, y los de derecha el del idealismo, lo cierto es que ambos recursos son herramientas, no convicciones inamovibles. Y quienes las dominan, gobiernan mejor. Como ciudadanos, vale la pena prestar atención no solo a lo que se dice, sino a cómo se dice. Detrás de cada discurso, hay una invitación a agradecer lo que se tiene, o a desear lo que aún no se alcanza. La clave está en no tragarse ninguna narrativa sin antes masticarla bien.
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Miguel Ángel Matilla Blanco:
asesor de comunicación estratégica; formador; escritor Categorías
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Abril 2025
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