Podemos nació en 2014 como un partido que aspiraba a transformar el panorama político español, tras encarnar el movimiento ciudadano del 15-M en 2011, motivado por la crisis y el hartazgo, y un liderazgo muy centrado en la figura de Pablo Iglesias. Pero con el paso de los años, han faltado a los pilares básicos de la comunicación política, la coherencia y, por tanto, la confianza. Con un discurso rupturista, populista y de izquierda, Podemos logró captar el descontento de amplios sectores de la sociedad y se convirtió en la tercera fuerza política del país en las elecciones generales de 2015. Sin embargo, desde entonces, Podemos ha iniciado una trayectoria descendente que lo ha llevado a perder apoyo electoral, influencia política y cohesión interna. Desde su fundación, Podemos ha estado marcado por las tensiones entre sus diferentes corrientes ideológicas y territoriales, que han derivado en enfrentamientos públicos, dimisiones, escisiones y expulsiones. Estas crisis internas han afectado a la credibilidad y la coherencia de Podemos, que ha pasado de ser un partido horizontal y participativo a uno vertical y personalista, liderado por Pablo Iglesias. Y aquí está el problema central de esta caída. Al ser un partido sostenido por la figura de su líder, ha acabado adoptando y sufriendo las consecuencias de sus errores. Basta recordar la fotografía de Pablo Iglesias en su humilde piso de Vallecas, y que le sirvió para mostrarse como un candidato no solo cercano al pueblo, sino que pertenece al pueblo y no a la “casta” política, forjando una imagen muy sólida, aunada a su desaliñado aspecto físico, que también le ayudó a caer muy bien por mostrarle como una ciudadano cualquiera. Sin embargo, todo se viene abajo cuando Pablo Iglesias accede a puestos de poder, y cambia su estilo de vida. El problema no es tanto la compra de su exclusivo chalet, tan criticado, el problema es que la gente se sintió engañada, y en política eso es lo peor que puede suceder. Por si fuera poco, tras la salida de Iglesias, Irene Montero solo ha perpetuado el recuerdo de esta decepción, con fuertes críticas entre las que destacan las dudas respecto a la gestión del presupuesto del Ministerio de Igualdad, con extrañas y caras campañas, así como el polémico viaje a Nueva York. Esta falta de coherencia con sus bases fundacionales ha ido mucho más allá del cambio de estilo de vida de Pablo Iglesias. Es normal que la gente idealizase en un principio a Podemos, por su rompedora imagen y la de su líder, por su disruptivo discurso antisistema. Sin embargo, hacer una revolución no es tan sencillo, y como era de esperar, la entrada de Podemos en el gobierno, les hizo a la vez ser parte del sistema que tanto criticaron, negociando por puestos y pactando con los partidos tradicionales. Para muchos, Podemos pasó a ser un partido aliado de la “casta” política con la que pretendían luchar. Finalmente, Podemos ha visto reducido su espacio político y su influencia institucional por la competencia de otros actores políticos. Por un lado, se han visto superados por el PSOE como referente de la izquierda española. El partido socialista ha logrado recuperar parte del voto progresista que había perdido en favor de Podemos gracias a la figura de Pedro Sánchez, mientras que Podemos, tras la salida de Pablo Iglesias, ha acabado demasiado enfocado en el exagerado discurso feminista de Irene Montero. Y por último, Podemos se ha visto eclipsado por otras formaciones políticas emergentes que han ocupado parte del espacio que antes le pertenecía. Es el caso de Más País, que se presenta como una alternativa más moderada a Podemos; o de Vox, que ha encontrado un verdadero nicho en el espectro político, provocando que Ciudadanos deje de ser un partido útil, y alzándose como tercera fuerza. Los comentarios están cerrados.
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Miguel Ángel Matilla Blanco:
asesor de comunicación estratégica; formador; escritor Categorías
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Junio 2024
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