Hace unos meses, reflexionaba sobre la importancia de los pequeños detalles en la política actual, en el contexto de las elecciones presidenciales de México. Últimamente, el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, ha incrementado su lista de deslices, demostrándonos una vez más que, en un mundo conectado donde gran parte de los ciudadanos disponen de herramientas para expresarse públicamente, los errores se pagan caros, por absurdos que sean o insignificantes que parezcan. Mariano Rajoy es uno de esos políticos que tienden a descuidarse, a confiarse en algunas situaciones, abusar de familiaridad, y olvidar que cualquier palabra que pronuncien ante la presencia de los medios de comunicación puede formar parte de un titular que llegue a millones de personas de todo el planeta.
En el listado de descuidos que el presidente español nos ha dejado en los últimos años, figuran anécdotas como lapsus que, si bien es cierto que adquieren una fuerte relevancia mediática, y que un presidente del Gobierno o líder de la oposición no puede permitirse, se trata finalmente de resbalones involuntarios. Errores como “ETA es una gran nación”, “Señor Rodríguez Ru…” (en referencia a Alfredo Pérez Rubalcaba), o la reciente confusión del Gobierno cubano con el de Perú, son algunos ejemplos. El problema se torna mucho más serio cuando algunos de estos descuidos dejan de ser absurdos lapsus, y se convierten en declaraciones voluntarias muy desafortunadas que dañan profundamente la imagen del presidente, más aún en un entorno de gran hostilidad y desconfianza por parte de la ciudadanía española ante todo lo que tenga que ver con política, en el que cualquier desliz inquieta aún más a la opinión pública. Uno de estos errores, el más sonado, tuvo lugar en el año 2008, cuando Rajoy se refirió a la celebración del 12 de octubre como “el coñazo del desfile”, sin darse cuenta de que los micrófonos seguían abiertos. Gravísima declaración con la que, seguramente, sólo pretendía generar un ambiente de confianza y familiaridad con su interlocutor, y que provocó un innecesario y fácilmente evitable golpe a su propia imagen, a la de su partido, y a la de la política en general. Todo por ignorar la presencia de los medios de comunicación y no tener en cuenta la posibilidad de que alguien pudiera escucharle en un evento público. En los últimos días, el presidente ha vuelto a cometer errores voluntarios, más allá del lapsus en Perú. El pasado 19 de enero, una periodista se le acercó para preguntarle si hubo sobresueldos en el Partido Popular, a lo que el presidente contestó con un irónico y altivo: “Sí, hombre”. ¿En qué pensó el señor Rajoy al pronunciar esas palabras? ¿En hacer reír a sus acompañantes y seguidores? ¿En negar de un modo peculiar la pregunta? Finalmente, el resultado no fue otro que un aluvión de críticas muy negativas. El 25 de enero, en el encuentro en Chile con el presidente Sebastián Piñera, los medios recogieron parte de la conversación, en la que Mariano Rajoy decía a su homólogo chileno: “Hay que tener sentido del humor para mantenerse en este negocio”. Una vez más, una situación en la que el presidente español trata de crear un ambiente de confianza escogiendo las palabras menos adecuadas, ante la presencia de medios de comunicación. El resultado: un titular que recoge las palabras “humor” y “negocio” vinculadas a una información relacionada con la política; sólo hay que echar un vistazo a los comentarios de la noticia en los diferentes medios, o a las redes sociales, para confirmar lo desafortunada que resultó esa frase. No hace falta hacer una profunda investigación, ni analizar los últimos datos del CIS, para entender que actualmente, la mayoría de españoles piden a sus políticos cercanía, sensibilidad y seriedad. Ofrecer lo contrario es un grave error y un descuido de la imagen pública.
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Miguel Ángel Matilla Blanco:
asesor de comunicación estratégica; formador; escritor Categorías
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Junio 2024
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